Ya se conocen los premiados en el concurso de microrrelatos «Seré Breve», una de las actividades incluidas en el taller de escritura creativa Dinosaurio, desarrollado por la empresa Morfema para el programa PIALTE 21/22. Los premiados han sido seleccionados entre las aproximadamente ochocientas creaciones que se presentaron a concurso.
Estos son:
1º Vivir muriendo, de Andrey Rosario Panina. IES VALLE GUERRA
2º Evasión, de Pablo Rodríguez. 1A BACH IES PADRE ANCHIETA
3º Un pintor sin gracia, de Armando Castro. 1 Bach IES PADRE ANCHIETA
El jurado, compuesto por María José Camejo y por Rafael Bilbao, también ha decidido hacer una mención especial, concediendo dos accésit a los relatos:
La brocha, de Deko Dimitrov. 4A ESO IES TOMÁS DE IRIARTE
Vaso medidor, de Claudia González. COLEGIO PUREZA DE MARÍA LA CUESTA
María José Camejo es profesora de Lengua castellana y Literatura del IES El Chapatal con 35 años de experiencia en la docencia. Jefa de Departamento. Ha realizado numerosos cursos de actualización relacionados con la animación a la lectura y la escritura, así como con las nuevas tecnologías y la gestión de la Bibliotecas escolares.
Rafael Bilbao es educador social, gestor cultural y creador y miembro del grupo promotor del Premio Azagal de literatura juvenil.
TEXTOS PREMIADOS:
Vivir muriendo
Al cruzar la calle, vio pasar su desgracia frente a sus ojos cuando un camión lo pasó por encima.
– Allá vamos – dijo mientras movía su cola y afilaba sus pequeñas garras para cruzar la calle. Le quedaban seis vidas.
Andrey Rosario Panina
Evasión
Allí en ese lugar remoto de Lanzarote, disfrutaba de cada segundo de mis veranos, sabiendo que el tiempo lentamente mi pisaba los talones.
Pablo Rodríguez
Un pintor sin gracia
Un joven pintor alemán sin talento llamado Adolf, se presentó en la Academia de Bellas Artes de Viena. El seleccionador, ante la sorpresa de todos, lo aceptó y, sin saberlo, realizó un acto heroico evitando la Segunda Guerra Mundial.
Armando Castro
La brocha
Un día de reformas en mi casa me disponía a pintar la pared del salón, cogí la brocha, abrí el cubo de pintura, mojé la brocha, pero… ¡ops! Cuando me puse a pintar la pared, l aestaba pintando de color verde, me extrañó, porque el cubo era de pintura blanca, volví a intentar pintar, pero no había manera, cuanto más mojaba la brocha en el cubo blanco, más verde se ponía.
Fui a la ferretería a comprar otro bote, me aseguré de que fuera blanca, incluso la abrí en la ferretería y el dependiente me hizo una demostración, y efectivamente, cuando él pintó era blanca.
Al llegar a mi casa, limpié la brocha por si acaso hubiera sido la otra pintura que estaba caducada, me dispuse a pinar otra vez, pero… ¡Esta vez era rosa! No me lo podía creer, fue tanta frustración, que metí la mano en el cubo y la puse en la pared, ¡pero esta vez si era blanca! El problema era la brocha, la fui a coger para tirarla, pero… ¡se me escapó de las manos, y se puso de pie enfrente mío! Se fue corriendo, yo la seguí, pero cuando llegué a la mesa de la cocina, me encontré una carta.
Deko Dimitrov
Vaso medidor
El despertador estaba sonando, otro día más en mi monótono día. Me levanté y acto seguido, bajé a la cocina. Trabajo de cocinero para un restaurante de varias estrellas Michelín por lo que consumía la mayor parte del tiempo de mi día. El que me sobra lo dedico a crear nuevas recetas. En resumen, apenas tengo una vida que vivir, no tengo amigos, ni pareja, todos se alejan de mi al ver que solo tengo tiempo para mi trabajo. Lo odio, odio mi vida monótona y aburrida, sin nada especial. Y, como ya se me había hecho costumbre todos estos pensamientos y desgracias se los contaba al único que me escuchaba. Mi lugar de trabajo, mi cocina. Aquel silencio en el que solo sonaban los ruidos que yo hacía era el único que me comprendía. Al echar la medida que yo por experiencia tenía calculado a ojo en el vaso medidor, este lo expulsó con un chorro hacia arriba, manchando todo el lugar. Yo, extrañado, volví a echar leche. De nuevo pasó. Probé con toros utensilios de cocina, pero nada pasaba. Todo estaba relativamente normal. Volví al vaso medidor con una pequeña sonrisa, pero no estaba donde la dejé. En su lugar, había una carta, algo me decía que el vaso lo escribió, por surrealista que parezca.
Claudia González
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